
Qué hijos de puta, pensó.
Qué adorables hijos de puta.
No me hagan feliz. Por favor, no me cameléis y me dejéis creer que algo bueno puede salir de todo esto. ¿No veis los moretones? ¿No veis esta raspadura? ¿No veis la herida que tengo dentro? No quiero volver a tener esperanzas.
Porque el mundo no se lo merece.
Arrancó una página del libro y la partió en dos. Luego un capítulo. Pronto no quedaron más que trocitos de palabras esparcidos entre sus piernas y su alrededor. Las palabras. ¿Por qué tenían que existir? Sin ellas nada hubiera pasado. Sin palabras, el Führer no era nada. No habría prisioneros renqueantes, ni nadie necesitaría consuelo o trucos palabreros para hacernos sentir mejor.
¿Qué tenían de bueno las palabras?
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