Sonrío. Es verdad, lo sé. Tú no faltas nunca. Tú nos has vivido, tú nos has observado desde lejos. Y sabe Dios cuántas otras cosas conocerás también. Tú y otros después de nosotros. Y yo, mar, te envidio. Pero en seguida vuelves a conquistarme. Como siempre. El mar está en todas partes a mi alrededor. Es mucho. Lo es todo. Es infinito. Y no hay necesidad de esas olitas que rompen de cuando en cuando para saber tu presencia. Se lo siente al respirar, en el aire, en ese reflejo del sol que, capturado de improvisto, se desliza por las olas lejanas perdiéndose allá al fondo, en el horizonte. El mar es testigo, es espectador, es un amigo curioso pero educado. El mar siempre me ha hecho compañía y a menudo he elegido tenerlo junto a mí.
Como ahora, con ocasión de este encuentro. Por el que he rogado. Durante mucho tiempo. En silencio. He pedido tener un poco más de tiempo para mí, para él, en fin, un instante más para nosotros. Y ya sé que, de todos modos, no nos bastará. Y no tengo la certeza de poder tenerlo, de ver cumplido mi sueño imposible. He ido más allá de aquello que está en nuestra mano pedir, obtener, poder sencillamente tener. No es como tantos deseos de la vida que pueden conquistarse con esfuerzo. Es un sueño imposible. Es verdad. Pero si no lo fuera, ¿ para qué servirían los ruegos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario